De la Vida Real: «Tu Esposa Habla de Divorcio, y Ni Siquiera Te Das Cuenta»
Vicente y Serenidad llevaban tres años casados, y desde fuera, su vida parecía perfecta. Vivían en una encantadora casa que Serenidad había heredado de su abuela. Era un lugar acogedor, lleno de recuerdos y la promesa de un futuro juntos. Pero bajo la superficie, comenzaban a aparecer grietas.
Serenidad amaba profundamente a Vicente, pero se sentía cada vez más aislada. Vicente a menudo estaba absorto en su trabajo como arquitecto, pasando largas horas en la oficina y llegando tarde a casa. Cuando llegaba, generalmente estaba demasiado cansado para entablar una conversación significativa o pasar tiempo de calidad con ella. Serenidad intentaba ser comprensiva, pero la soledad se estaba volviendo insoportable.
La tensión entre Serenidad y su suegra, Carlota, no ayudaba en nada. Carlota siempre había sido crítica con Serenidad, cuestionando sus decisiones y minando su confianza. La última discusión había sido sobre la casa. Carlota creía que Vicente y Serenidad deberían venderla y mudarse a un lugar más grande, uno que Vicente pudiera diseñar él mismo. Sin embargo, Serenidad estaba muy apegada a la casa y a los recuerdos que albergaba.
Una noche, después de otro agotador día de trabajo, Vicente llegó a casa y encontró a Serenidad sentada en el sofá, mirando fijamente la televisión. Apenas notó su angustia mientras murmuraba un saludo rápido y se dirigía a la cocina para coger una cerveza.
«Vicente, necesitamos hablar,» dijo Serenidad suavemente, con la voz temblorosa.
«¿Puede esperar? Estoy realmente cansado,» respondió Vicente, sin siquiera mirarla.
«No, no puede,» insistió ella, con los ojos llenos de lágrimas. «He estado intentando hablar contigo durante meses, pero nunca me escuchas.»
Vicente suspiró y se sentó junto a ella, finalmente prestándole toda su atención. «Está bien, ¿qué pasa?»
Serenidad tomó una respiración profunda. «No puedo seguir así. Siento que vivo con un extraño. Nunca estás aquí, y cuando lo estás, no estás realmente presente. Necesito más de ti, Vicente.»
Vicente se quedó atónito. No tenía idea de que ella se sentía así. «Lo siento, Serenidad. No me di cuenta de que estabas tan infeliz.»
«Ese es el problema,» dijo ella, con la voz quebrada. «No te das cuenta de nada. He estado dejando pistas sobre cómo me siento durante meses, pero nunca las captaste.»
Vicente sintió una punzada de culpa. Había estado tan enfocado en su carrera que había descuidado su matrimonio. «¿Qué puedo hacer para mejorar las cosas?» preguntó sinceramente.
«No sé si hay algo que puedas hacer,» respondió Serenidad, secándose las lágrimas. «He estado pensando en el divorcio.»
La palabra golpeó a Vicente como un puñetazo en el estómago. «¿Divorcio? ¿Hablas en serio?»
«Sí,» dijo ella en voz baja. «Te amo, Vicente, pero no puedo seguir viviendo así. Necesito a alguien que esté ahí para mí, que escuche y se preocupe por mis sentimientos.»
Vicente se quedó sin palabras. Siempre había pensado que su matrimonio era lo suficientemente fuerte como para soportar cualquier desafío, pero ahora se daba cuenta de lo equivocado que estaba.
Durante las siguientes semanas, Vicente intentó enmendar las cosas. Redujo sus horas de trabajo e hizo un esfuerzo por pasar más tiempo con Serenidad. Salieron en citas, hablaron sobre sus sentimientos e incluso vieron a un consejero matrimonial. Pero el daño ya estaba hecho.
El corazón de Serenidad se había endurecido durante los meses de negligencia y soledad. A pesar de los esfuerzos de Vicente, no podía sacudirse la sensación de que era demasiado poco y demasiado tarde. El amor que una vez sintió por él se había desvanecido, reemplazado por resentimiento y tristeza.
Una noche, mientras estaban sentados en la oficina del consejero para lo que sería su última sesión, Serenidad dejó clara su decisión.
«Lo siento, Vicente,» dijo suavemente. «Creo que es mejor si seguimos caminos separados.»
Los ojos de Vicente se llenaron de lágrimas mientras asentía con resignación. Sabía que no había nada más que pudiera hacer para salvar su matrimonio.
Mientras Serenidad empacaba sus maletas y dejaba la casa que una vez fue su hogar, Vicente se quedó en la puerta, viéndola irse. Sentía una profunda sensación de pérdida y arrepentimiento, sabiendo que había dejado escapar a la persona más importante de su vida.