«Reviví su cabaña abandonada, ahora la quieren de vuelta»
Hace cinco años, mi tío Gregorio y mi tía Aurora decidieron que habían terminado con la vida rural. Poseían una pequeña cabaña en un terreno enclavado en los bosques de Vermont, que había estado en mal estado durante años. Durante una reunión familiar poco frecuente, mencionaron casualmente que ya no visitaban el lugar y que simplemente estaba allí, acumulando polvo y recuerdos. Viendo una oportunidad, yo, Nicolás, medio en broma sugerí que la pasaran a alguien que pudiera restaurarla. Para mi sorpresa, me tomaron en serio y en pocas semanas, yo era el nuevo dueño de lo que esencialmente era una choza rodeada de un bosque descuidado.
La cabaña estaba en un estado lamentable. El techo tenía goteras, las ventanas estaban mayormente rotas y la madera se estaba pudriendo. Mi esposa, Isabel, no estaba entusiasmada con el proyecto al principio, pero cambió de opinión cuando hablamos sobre el potencial de tener nuestro propio pequeño refugio en el bosque. Pasamos innumerables fines de semana arreglándola. Reemplacé el techo y las ventanas, Isabel se ocupó del interior, pintando paredes y barnizando pisos viejos pero robustos. Nuestra hija, Ariadna, amaba el lugar, viéndolo como una tierra de aventuras.
Con el paso de los meses, la cabaña se transformó. Ya no era solo una estructura; era parte de nosotros. Celebramos el décimo cumpleaños de Ariadna allí, con un cartel hecho en casa colgado entre dos pinos altísimos y un picnic que duró todo el día. La cabaña, una vez símbolo de abandono, se convirtió en símbolo del amor y la dedicación de nuestra familia.
Luego, el mes pasado, de la nada, tío Gregorio llamó. No había hablado mucho con él desde el intercambio de la cabaña, asumiendo que él y tía Aurora estaban contentos con su decisión. Su voz era incómoda, vacilante. «Nicolás», comenzó, «Aurora y yo hemos estado pensando. Extrañamos el viejo lugar. Nos preguntábamos si podríamos, bueno, recuperarlo.»
Me quedé atónito. «¿Recuperarlo? Pero ustedes nos la dieron. Hemos invertido tanto en ella.»
«Lo sé, lo sé», respondió, sonando genuinamente apenado. «Pero nos hemos dado cuenta de que la regalamos demasiado apresuradamente. Estamos envejeciendo, y pensamos que volver a la cabaña podría ser bueno para nosotros.»
Intenté negociar, sugiriendo que visitaran cuando quisieran. Incluso ofrecí construir una pequeña casa de huéspedes en la propiedad. Pero Gregorio fue firme. Querían la cabaña de vuelta, legal y completamente. La conversación terminó con la promesa de que llamaría de nuevo una vez que hubieran hablado con un abogado.
Isabel estaba furiosa cuando se lo conté. «¿Cómo pueden simplemente tomarla de vuelta después de todo lo que hemos hecho?» preguntó. Ariadna escuchó y no podía entender por qué sus abuelos querrían quitarles nuestro lugar especial.
Los documentos legales llegaron la semana pasada. Resulta que Gregorio y Aurora nunca transfirieron formalmente el título a nuestro nombre; todavía estaba a nombre de ellos. No teníamos base legal sobre la cual apoyarnos. La ley era clara, y también lo era la amarga realidad: íbamos a perder la cabaña.
Mientras empaco los últimos de nuestros pertenencias de la cabaña, no puedo evitar sentir una mezcla de ira y desolación. La cabaña que revivimos de las ruinas nos estaba siendo arrebatada, y con ella, una parte del alma de nuestra familia. El bosque parece más silencioso hoy, el cielo un poco más gris. Dejamos atrás más que un lugar; dejamos atrás una pieza de nuestra historia, entregada de nuevo a nosotros en forma de un frío documento legal.