Encontrando Fuerza en la Fe: Cómo Superé un Desafío de Crianza

Ser padre no es un camino de rosas, y a veces se siente como si estuvieras caminando por un campo minado. Un día, me encontré en una situación particularmente difícil con mi hijo de siete años, Alejandro. Había esparcido sus juguetes por toda la sala de estar, y cuando le pedí que los recogiera, se negó rotundamente. «Eso es trabajo de mujeres, hazlo tú,» dijo. Mi paciencia ya estaba al límite, y mi deseo de ser la madre y esposa perfecta se estaba desvaneciendo rápidamente.

Sentí una mezcla de frustración y decepción. Quería enseñar a Alejandro responsabilidad y respeto, pero también no quería perder la calma. Respiré hondo y decidí alejarme por un momento. Fui a mi dormitorio, cerré la puerta y me arrodillé para orar. «Dios, dame fuerza y sabiduría,» susurré. «Ayúdame a manejar esta situación con gracia.»

Mientras oraba, sentí una sensación de calma que me envolvía. Recordé un versículo de la Biblia que siempre me trae consuelo: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:13). Me di cuenta de que no tenía que manejar esto sola; Dios estaba conmigo, guiándome en cada paso.

Regresé a la sala con un renovado sentido de propósito. Me senté junto a Alejandro y le expliqué suavemente por qué era importante que recogiera sus juguetes. Le dije que todos en la familia tienen responsabilidades y que recoger no es solo «trabajo de mujeres.» Para mi sorpresa, me escuchó atentamente. Luego le sugerí que lo hiciéramos un juego: quien pudiera recoger más juguetes en cinco minutos ganaría un pequeño premio.

Los ojos de Alejandro se iluminaron con la idea del juego, y comenzó a recoger sus juguetes con entusiasmo. Nos reímos y competimos contra el reloj, y antes de darnos cuenta, la sala estaba impecable. No se trataba solo de la habitación limpia; se trataba de la lección aprendida y el vínculo fortalecido.

Más tarde esa noche, mientras arropaba a Alejandro en su cama, me abrazó fuertemente y dijo: «Mamá, lo siento por lo que dije antes.» Mi corazón se derritió. «Está bien, Alejandro,» respondí. «Todos cometemos errores, pero aprendemos de ellos.»

En ese momento, me di cuenta de que la oración y la fe no solo me habían ayudado a sobrellevar la situación, sino que también nos habían acercado más. Me recordó que Dios siempre está ahí, listo para echar una mano cuando más lo necesitamos.