En un sueño, la anciana María fue llamada por su difunto esposo para un último viaje al mar
María siempre había sido una mujer de necesidades y deseos simples. Su pequeño apartamento, lleno de fotografías y recuerdos de una vida una vez compartida con su amado Jorge, era su santuario. Desde que Jorge falleció, los días parecían más largos, las noches más solitarias, y el silencio, que una vez fue reconfortante, ahora resonaba con el peso de su soledad.
A los noventa años, el cuerpo de María era frágil, pero su espíritu, alimentado por recuerdos y amor, permanecía fuerte. A menudo encontraba consuelo en sus sueños, donde Jorge todavía estaba con ella, su risa llenando el vacío dejado en su ausencia. Pero una noche, su sueño tomó un giro inesperado.
Jorge apareció, tan vivo como siempre, pero había una seriedad en su tono que María raramente había visto. «María, mi amor,» dijo él, «ha llegado el momento de hacer ese viaje del que siempre hablamos. Vamos al mar, solo tú y yo.»
Despertándose del sueño, María sintió una abrumadora sensación de anhelo y determinación. Sabía que era solo un sueño, pero la invitación parecía tan real como cualquier cosa que hubiera experimentado alguna vez. A pesar de su edad y las dificultades prácticas, decidió emprender este viaje final al mar, en honor a la petición de Jorge.
María compartió su plan con su mejor amiga, Ana, quien intentó disuadirla, citando su salud y los desafíos del viaje. Pero María estaba decidida. Empacó una pequeña maleta con lo esencial y una fotografía de Jorge, y con el corazón lleno de esperanza, partió.
El viaje no fue fácil. Las limitaciones físicas de María, junto con sus modestos ahorros, hicieron que cada paso fuera un desafío. Tomó autobuses, hizo autostop y, a veces, caminó tanto como su cuerpo se lo permitió. En el camino, conoció a personas que, conmovidas por su historia, ofrecieron ayuda y compañía. Catalín, un joven de buen corazón, la condujo los últimos kilómetros hasta la costa.
Parada en la playa, la brisa del mar acariciando su rostro, María sintió una paz que no había conocido en años. Le habló a Jorge, contándole sobre su viaje, su amor y su anhelo. Pero a medida que el sol comenzaba a ponerse, las fuerzas de María comenzaron a disminuir. Sola en la playa, su corazón cedió, dejándola en la arena, con una sonrisa en su rostro, mientras tomaba su último aliento.
El viaje de María terminó no con una reunión, sino con un testimonio del poder del amor y las longitudes a las que puede impulsarnos. Su historia, un conmovedor recordatorio de la fragilidad de la vida y el espíritu indomable de aquellos que se atreven a soñar, permanece grabada en las memorias de aquellos a quienes tocó en el camino.