«Bueno, Gracias, Hija, Espero Tu Disculpa»

Penélope estaba sentada en la mesa del comedor, el tintineo de los cubiertos contra los platos llenaba la habitación mientras su esposo, Jorge, y su hija, Aurora, comían en silencio. El aire estaba cargado con el cansancio habitual de la tarde, el tipo que se asienta después de largos días de trabajo y escuela. Pero esta noche, estaba impregnado de algo más, algo que Penélope no podía identificar del todo.

«Entonces,» comenzó Jorge, su voz cortando el silencio como un cuchillo afilado. «Tengo algo que deciros a ambas.» Hizo una pausa, mirando de Penélope a Aurora. Su mirada se detuvo un poco más en Aurora, como preparándola para el impacto de sus palabras.

Penélope dejó su tenedor, una sensación de inquietud creciendo en su estómago. «¿Qué pasa, Jorge?»

«Me voy,» dijo él con franqueza. «He conocido a otra persona.»

Las palabras quedaron suspendidas en el aire, pesadas y sofocantes. Penélope sintió como si el suelo se hubiera desvanecido bajo sus pies. Aurora dejó caer su tenedor, su rostro una máscara de shock y confusión.

«¿Qué quieres decir con que te vas?» La voz de Penélope era un susurro, su mente luchando por comprender la gravedad de la declaración de Jorge.

«Quiero decir justo eso. Me mudo. He encontrado a alguien más y… soy más feliz con ella.» El tono de Jorge era un hecho, desprovisto del calor que Penélope había conocido durante los veinte años de su matrimonio.

«¿Y nuestro apartamento?» La voz de Penélope temblaba, sus pensamientos se dirigían a las cuestiones prácticas, quizás para evitar el torrente emocional que amenazaba con abrumarla.

«No quiero nada del apartamento ni de otros activos que compartimos. Haré que mi abogado se ponga en contacto contigo para transferirte mi parte,» continuó Jorge, sus ojos ahora fijos en su plato.

Aurora, que había estado en silencio hasta ese momento, finalmente habló, su voz teñida de ira e incredulidad. «¿Cómo puedes dejarnos así? ¿Cómo puedes ser tan egoísta?»

Jorge no respondió, y el resto de la cena transcurrió en un silencio opresivo. Después de recoger los platos, Penélope se encontró mecánicamente lavando, el agua caliente corriendo sobre sus manos mientras su mente repasaba una y otra vez las palabras de Jorge.

Más tarde esa noche, Penélope llamó a su madre, Gianna, buscando algún consuelo o quizás un atisbo de comprensión. Pero la conversación no salió como esperaba.

«Mamá, Jorge nos ha dicho que se va. Ha conocido a alguien más,» logró decir Penélope, su voz quebrándose.

Hubo una pausa al otro lado de la línea. Luego, la voz de Gianna, calmada y desconcertantemente fría, «Bueno, gracias, hija. Espero tu disculpa.»

«¿Mi disculpa? ¿Por qué?» La confusión de Penélope era completa.

«Por no ver las señales, Penélope. Por no escuchar cuando te dije que había problemas que ambos necesitaban abordar. Elegiste ignorarlos.»

Penélope quedó atónita en silencio. Las palabras de su madre, destinadas a ofrecer sabiduría, se sentían como acusaciones. La conversación terminó poco después, dejando a Penélope sintiéndose aún más aislada y traicionada, no solo por su esposo, sino ahora, inexplicablemente, por su propia madre.

Los días siguientes fueron un torbellino de consultas legales y llamadas telefónicas susurradas. Jorge se mudó dentro de la semana, y los procedimientos de divorcio fueron directos, dada su disposición a renunciar a sus reclamaciones. Pero la secuela emocional estaba lejos de ser simple. Penélope luchó por reconciliar la realidad de su matrimonio desmoronado con las duras palabras de su madre y el resentimiento palpable de Aurora hacia su padre.

Al final, el apartamento se sentía más vacío que nunca, una cáscara hueca que resonaba con los restos de una familia que alguna vez fue. Penélope se dio cuenta de que el espacio físico que había luchado por mantener intacto no era nada comparado con el vacío emocional que quedaba atrás.