«Mamá, perdóname por haber nacido. No es mi culpa. Pronto, ya no me verás más»: El desgarrador ruego de Marta

El primer día de Marta en primer curso debía ser una ocasión alegre. Su madre, Victoria, había preparado un desayuno especial e incluso le presentó un ramo de flores frescas, atando su cabello en trenzas ordenadas. La mañana estaba llena de sonrisas y fotografías, un comienzo aparentemente perfecto. Sin embargo, bajo la superficie, Marta llevaba un corazón pesado.

A medida que los días se convertían en semanas, Marta hacía todo lo posible por complacer a su madre. Siempre era la primera en terminar sus deberes, mantenía su habitación ordenada y ayudaba con las tareas de la casa sin quejarse. A pesar de sus esfuerzos, el humor de Victoria hacia ella solo parecía agriarse. La casa, que una vez estuvo llena de risas, ahora resonaba con gritos y regaños.

Victoria, madre soltera, luchaba con las presiones de criar a una hija sola. Su trabajo como enfermera exigía largas horas, y el estrés a menudo la seguía hasta casa. Amaba a Marta, pero su paciencia se estaba agotando, y se encontraba reaccionando bruscamente por los problemas más pequeños. Marta, sensible y perceptiva, sentía cada estallido como un fracaso personal.

Una fría tarde de noviembre, la tensión alcanzó un punto crítico. Marta había derramado accidentalmente un vaso de zumo sobre un montón de documentos de trabajo importantes que Victoria había traído a casa. Mientras los papeles absorbían el líquido rojo, el rostro de Victoria se tornó en un tono de ira que Marta nunca había visto antes.

«¿Cómo pudiste ser tan descuidada, Marta?» gritó Victoria, su voz resonando en las paredes de la cocina. «Trabajo día y noche por nosotras, ¿y así es como me lo pagas?»

Las lágrimas brotaron en los ojos de Marta mientras balbuceaba, «Lo siento, mamá. No quería…»

Pero Victoria estaba demasiado molesta para escuchar. «¡Lo siento no arregla esto, Marta! A veces me pregunto por qué las cosas no pueden ser fáciles por una vez.»

Esa noche, Marta yacía en la cama, las duras palabras repitiéndose en su mente. Sentía una tristeza profunda y dolorosa. Amaba a su madre, pero la constante desaprobación era demasiado para su joven corazón.

Pasaron semanas, y la distancia entre Marta y Victoria creció. Las conversaciones eran breves, a menudo llenas de instrucciones y regaños en lugar de palabras de afecto. El espíritu brillante de Marta se atenuó, sus sonrisas se hicieron menos frecuentes y sus ojos perdieron su chispa juvenil.

Una fría mañana de diciembre, Marta escribió una nota, su mano temblaba mientras garabateaba las palabras:

«Mamá, perdóname por haber nacido. No es mi culpa. Pronto, ya no me verás más.»

Dejó la nota sobre la mesa de la cocina, empacó una pequeña mochila con sus pertenencias más queridas y abrió silenciosamente la puerta principal. El aire de la mañana era cortante, y mientras salía, una lágrima rodó por su mejilla. Marta no sabía a dónde iría, pero sentía que cualquier lugar era mejor que su hogar, donde se sentía tan poco amada.

Victoria encontró la nota dos horas más tarde. Su corazón se hundió al leer las palabras de Marta, sus manos temblaban. La realización de su fracaso como madre se desplomó sobre ella. Cayó de rodillas, las lágrimas corriendo por su rostro, llenas de arrepentimiento y miedo. Había alejado a su hija, y ahora quizás nunca tendría la oportunidad de recuperarla.