«¿Quién eres realmente? Solo tenemos una abuela que ve a sus nietos día por medio»: Ni siquiera se molestó en venir a su cumpleaños

Liliana se sentó en la mesa de la cocina, mirando la tarta de cumpleaños intacta. Las velas se habían derretido hace tiempo en un charco colorido de cera, y los globos que antes eran vibrantes ahora colgaban lánguidamente del techo. Sus hijas, Génesis y Valentina, se habían ido a la cama hace horas, su emoción por el día se había desvanecido en decepción.

Habían pasado ocho meses desde la última visita de la suegra de Liliana, Carmen. A pesar de vivir a solo unas pocas calles de distancia en la misma bulliciosa ciudad de Madrid, Carmen no había hecho ningún esfuerzo por ver a sus nietas. Ni llamadas, ni mensajes, ni siquiera una simple tarjeta de cumpleaños. Liliana no podía entenderlo. No necesitaba la presencia de Carmen para ella misma, pero ver las caras de sus hijas iluminarse de alegría cada vez que su abuela las visitaba era algo que atesoraba profundamente.

«¿Por qué ya no viene la abuela?» había preguntado Génesis más temprano ese día, con sus grandes ojos marrones llenos de confusión.

Liliana no tenía respuesta. Había intentado contactar a Carmen múltiples veces, pero sus llamadas no eran respondidas y sus mensajes quedaban en visto. Era como si Carmen hubiera decidido borrarlas de su vida por completo.

José, el esposo de Liliana, estaba igualmente desconcertado. «No lo entiendo,» dijo una noche mientras estaban sentados en el sofá, con la televisión encendida de fondo. «Mamá solía estar tan involucrada. Venía día por medio, traía pequeños regalos para las niñas, las llevaba al parque… ¿Qué cambió?»

Liliana se encogió de hombros, sintiendo un nudo formarse en su garganta. «No lo sé, José. Realmente no lo sé.»

La situación pesaba mucho en la mente de Liliana. No podía evitar sentir una mezcla de ira y tristeza. Ira porque Carmen podía ser tan indiferente hacia sus propios nietos, y tristeza por Génesis y Valentina, que eran demasiado jóvenes para entender por qué su abuela había desaparecido repentinamente de sus vidas.

Un día, Liliana decidió confrontar directamente a Carmen. Caminó hasta la casa de Carmen, con el corazón latiendo con fuerza en su pecho. Cuando Carmen abrió la puerta, parecía sorprendida de ver a Liliana allí parada.

«Liliana,» dijo con voz plana. «¿Qué te trae por aquí?»

«Necesito hablar contigo,» respondió Liliana, tratando de mantener su voz firme. «¿Por qué no has estado visitando a Génesis y Valentina? Te extrañan.»

Carmen suspiró y miró hacia otro lado. «He estado ocupada,» dijo secamente.

«¿Ocupada?» repitió Liliana incrédula. «¿Durante ocho meses? ¡Vives a solo unas pocas calles! ¿Cómo puedes estar tan ocupada para no ver a tus propios nietos?»

La expresión de Carmen se endureció. «Tengo mis razones,» dijo fríamente.

Liliana sintió una oleada de frustración. «¿Qué razones? ¡Ellas merecen saber por qué su abuela ya no quiere verlas!»

Los ojos de Carmen brillaron con ira. «No te debo una explicación,» espetó. «Ahora, si me disculpas, tengo cosas que hacer.»

Con eso, cerró la puerta en la cara de Liliana.

Liliana se quedó allí por un momento, atónita. Esperaba algún tipo de resolución, alguna comprensión de por qué Carmen había elegido distanciarse de su familia. Pero en cambio, se quedó con más preguntas y un profundo sentimiento de dolor.

Mientras caminaba de regreso a casa, Liliana no podía sacudirse el sentimiento de traición. Sabía que tenía que ser fuerte por sus hijas, pero el dolor del rechazo de Carmen era difícil de soportar.

En las semanas que siguieron, Liliana trató de llenar el vacío dejado por la ausencia de Carmen. Organizó citas para jugar, llevó a Génesis y Valentina a salidas divertidas y las colmó de amor y atención. Pero no importaba lo que hiciera, no podía reemplazar el vínculo especial que una vez compartieron con su abuela.

José continuó intentando contactar a su madre, pero sus esfuerzos fueron recibidos con silencio. Quedó claro que Carmen había tomado su decisión y no había nada que pudieran hacer para cambiarlo.

La vida continuó, pero la sombra de la ausencia de Carmen persistía sobre su familia. Génesis y Valentina eventualmente dejaron de preguntar por su abuela, pero Liliana podía ver la tristeza persistente en sus ojos.

Al final, Liliana se dio cuenta de que algunas cosas estaban fuera de su control. No podía obligar a Carmen a ser parte de sus vidas si ella no quería serlo. Todo lo que podía hacer era amar ferozmente a sus hijas y asegurarse de que supieran que eran queridas.

Y así, Liliana se enfocó en crear nuevos recuerdos con Génesis y Valentina, decidida a darles una infancia llena de amor y alegría, incluso si eso significaba hacerlo sin su abuela.