Encontrando Fuerza en la Fe: Cómo la Oración Me Ayudó Durante la Cirugía de Emergencia de Mi Esposa

Era una tarde de martes normal cuando mi mundo se puso patas arriba. Mi esposa, Lucía, había estado quejándose de un dolor agudo en el abdomen durante todo el día. Al principio, pensamos que era algo que había comido, pero a medida que pasaban las horas, el dolor solo empeoraba. Para cuando decidimos ir al hospital, apenas podía mantenerse en pie.

Cuando llegamos a urgencias, los médicos evaluaron rápidamente su condición y nos informaron que necesitaba una cirugía inmediata. Sospechaban que era apendicitis, pero no lo sabrían con certeza hasta que operaran. Estaba en shock. Un momento estábamos planeando nuestro fin de semana, y al siguiente, estaba firmando formularios de consentimiento para su cirugía.

Mientras llevaban a Lucía al quirófano, me sentí completamente impotente. Me senté en la sala de espera, con la mente llena de los peores escenarios posibles. Fue entonces cuando recordé algo que mi amigo Jorge me dijo una vez: «Cuando sientas que no tienes control, es cuando más necesitas apoyarte en Dios.»

Cerré los ojos y comencé a orar. Le pedí a Dios que guiara las manos de los cirujanos, que le diera fuerza a Lucía y que me ayudara a mantener la calma. Recé por nuestros hijos, Álvaro y Clara, que estaban en casa con mi hermano Gregorio, ajenos a la situación que se estaba desarrollando.

Mientras oraba, una sensación de paz me invadió. Era como si Dios me estuviera diciendo que todo estaría bien. Sentí una renovada fuerza y claridad. Llamé a Gregorio para actualizarlo y le pedí que rezara con los niños antes de acostarse. Me aseguró que todos estaban rezando por la recuperación de Lucía.

Las horas se sintieron como días, pero finalmente, el cirujano salió a hablar conmigo. La operación había sido un éxito; efectivamente era apendicitis y la habían detectado justo a tiempo. Lucía estaba en recuperación y estaría bien.

Agradecí a Dios allí mismo en la sala de espera. Sabía que había sido Su fuerza la que me había sostenido durante esas horas agonizantes. Cuando finalmente vi a Lucía, adormilada pero sonriendo, sentí una abrumadora sensación de gratitud, no solo por su salud sino por la fe que me había sostenido.

En los días que siguieron, nuestra familia se unió aún más. Nos propusimos apreciarnos más y no dar por sentado nuestro tiempo juntos. Cada noche, rezábamos juntos, agradeciendo a Dios por Sus bendiciones y pidiendo fuerza y guía continuas.

Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que las situaciones difíciles son inevitables, pero es cómo las manejamos lo que nos define. Para mí, apoyarme en Dios y en la oración hizo toda la diferencia. Me recordó que incluso en nuestros momentos más oscuros, nunca estamos realmente solos.