«No Quiero Que Mi Nuera Traiga a Mi Nieto a Nuestra Reunión Familiar. Si Lo Hace, No Podremos Celebrar en Paz»
Lidia se sentó en la mesa de la cocina, sus dedos golpeando nerviosamente la superficie de madera. Miró el reloj en la pared, cuyo sonido de tic-tac amplificaba su ansiedad. Su esposo, Enrique, estaba en el salón, tratando de arreglar el viejo televisor que había estado fallando últimamente. Lidia suspiró profundamente, sabiendo que tenía que abordar el tema que había estado pesando en su mente durante días.
«Enrique,» llamó, su voz temblando ligeramente. «Necesitamos hablar sobre Nacho y Pilar.»
Enrique levantó la vista del televisor, con el ceño fruncido. «¿Qué pasa con ellos?»
Lidia tomó una respiración profunda, tratando de calmar sus nervios. «No quiero que Pilar traiga a nuestro nieto, Gerardo, a la reunión familiar. Si lo hace, no podremos celebrar en paz.»
Los ojos de Enrique se abrieron de sorpresa. «¿Por qué no? Gerardo es nuestro nieto. Deberíamos estar felices de tenerlo aquí.»
Lidia negó con la cabeza, sus ojos llenándose de lágrimas. «No es que no lo quiera. Lo quiero. Pero Pilar… siempre causa tanta tensión. Cada vez que está cerca, hay una discusión o algún tipo de drama. Solo quiero que tengamos una celebración en paz por una vez.»
Enrique suspiró, pasando una mano por su cabello ralo. «Lo entiendo, Lidia. Pero Nacho se molestará si excluimos a su esposa y a su hijo. No podemos simplemente decirles que no vengan.»
Lidia se secó las lágrimas, su resolución endureciéndose. «Tenemos que hacerlo, Enrique. Decidimos celebrar el cumpleaños de Noemí aquí porque tenemos el espacio. Su apartamento está en renovación y no puede ser la anfitriona. Pero si Pilar y Gerardo vienen, arruinarán todo. No podremos disfrutar del día.»
Enrique asintió lentamente, comprendiendo las preocupaciones de su esposa. «Está bien, Lidia. Hablaré con Nacho. Pero tenemos que ser delicados. No queremos herir sus sentimientos.»
Esa misma tarde, Nacho llegó al apartamento de sus padres, con una sonrisa en el rostro. «Hola, mamá, papá. ¿Cómo va todo?»
Lidia forzó una sonrisa, su corazón pesado con la conversación que estaba a punto de desarrollarse. «Hola, Nacho. Necesitamos hablar contigo sobre la reunión familiar.»
La sonrisa de Nacho se desvaneció, reemplazada por una expresión de preocupación. «¿Qué pasa?»
Enrique dio un paso adelante, colocando una mano en el hombro de su hijo. «Nacho, te queremos a ti y a tu familia. Pero creemos que sería mejor si Pilar y Gerardo no vinieran a la reunión. Queremos tener una celebración en paz para el cumpleaños de Noemí.»
El rostro de Nacho se puso rojo de ira. «¿Estáis hablando en serio? ¿Me estáis pidiendo que deje a mi esposa y a mi hijo fuera de una reunión familiar? ¿Cómo podéis hacernos esto?»
El corazón de Lidia se rompió al ver la ira de su hijo. «Nacho, por favor entiende. No se trata de Gerardo. Se trata de Pilar. Cada vez que está cerca, siempre hay algún tipo de conflicto. Solo queremos tener un día en paz.»
Nacho negó con la cabeza, sus ojos llenos de dolor. «No puedo creer esto. Si Pilar y Gerardo no son bienvenidos, entonces yo tampoco. Celebraremos el cumpleaños de Noemí por nuestra cuenta.»
Con eso, Nacho salió del apartamento, dejando a Lidia y Enrique en un silencio atónito. El corazón de Lidia dolía, sabiendo que su decisión había creado una brecha entre ella y su hijo. Había esperado una celebración en paz, pero ahora parecía que la familia estaba más fracturada que nunca.
Con el paso de los días, la tensión entre Lidia y Nacho creció. El cumpleaños de Noemí llegó y se fue, pero la celebración estuvo ensombrecida por la ausencia de Nacho, Pilar y Gerardo. Lidia no podía sacudirse el sentimiento de arrepentimiento que la carcomía. Había querido una reunión sin conflictos, pero en su lugar, había perdido la cercanía con su hijo.
Al final, Lidia se dio cuenta de que su deseo de una celebración sin conflictos había tenido un gran costo. La familia estaba más dividida que nunca, y las heridas causadas por su decisión tardarían mucho en sanar. La celebración en paz que había esperado se había convertido en un doloroso recordatorio de la brecha que ahora existía dentro de su familia.