«Mi Hijo se Ha Convertido en un Desagradecido Egoísta. No Sé Cómo Manejarlo»

Victoria se sentó en la mesa de la cocina, sus manos temblaban mientras sostenía el teléfono. Acababa de colgar después de otra acalorada discusión con su hijo, Mateo. Las palabras que él le había lanzado resonaban en su mente, cada una como una daga en su corazón. «¿Solo 300 euros, es mucho pedir? Siempre dijiste que no tenías nada para mí, y ahora tengo que arrastrarme de rodillas y suplicar.»

No siempre fue así. Victoria recordaba los días en que Mateo era un niño dulce y cariñoso que haría cualquier cosa para hacerla sonreír. Pero en algún momento, las cosas cambiaron. Creció, y con ese crecimiento vino un sentido de derecho y egoísmo que ella no podía entender.

Mateo siempre había sido un estudiante brillante, destacando en la escuela y en los deportes. Victoria y su esposo, Felipe, habían hecho todo lo posible para apoyarlo, incluso cuando significaba hacer sacrificios. Habían ahorrado cada centavo para enviarlo a una buena universidad, esperando que eso allanara el camino para un futuro exitoso. Pero después de graduarse, Mateo parecía haber perdido el rumbo.

Se mudó de nuevo a casa, incapaz de encontrar un trabajo que cumpliera con sus expectativas. Pasaba sus días holgazaneando en la casa, jugando videojuegos y saliendo con amigos. Cada vez que Victoria intentaba hablar con él sobre su futuro, él la ignoraba, diciendo que tenía todo bajo control.

Pero la verdad era que no lo tenía. Había acumulado deudas con tarjetas de crédito, pedido dinero prestado a amigos, y ahora recurría a sus padres en busca de ayuda. Victoria y Felipe ya le habían dado más de lo que podían permitirse, pero nunca era suficiente. Mateo siempre quería más, y no le importaba cómo les afectaba a ellos.

«Mamá, necesito ese dinero,» había dicho durante su última conversación. «Si no me ayudas, estaré en serios problemas.»

Victoria había intentado razonar con él, explicándole que ellos también estaban pasando por dificultades. Felipe había perdido su trabajo recientemente, y apenas estaban llegando a fin de mes. Pero Mateo no quería escucharlo. La acusó de ser egoísta, de no preocuparse por él.

«¿Cómo puedes decir eso?» Victoria había llorado. «Te hemos dado todo lo que tenemos. Te amamos, pero no podemos seguir rescatándote.»

La respuesta de Mateo había sido fría y cortante. «Si realmente me amaras, encontrarías la manera.»

Victoria sintió una lágrima rodar por su mejilla mientras pensaba en esas palabras. Siempre había creído que el amor significaba apoyar a tus hijos, sin importar qué. Pero ahora empezaba a cuestionar esa creencia. ¿Estaba permitiendo el comportamiento de Mateo al ceder constantemente a sus demandas? ¿Estaba haciendo más daño que bien?

Miró alrededor de la cocina, a los electrodomésticos desgastados y la pila de facturas sin pagar en el mostrador. Habían trabajado tan duro para construir una vida para ellos mismos, y ahora todo se estaba desmoronando. Y lo peor de todo era que a Mateo no parecía importarle.

Victoria sabía que tenía que tomar una decisión. No podía seguir sacrificando su bienestar por el bien de Mateo. Pero la idea de cortarlo, de darle la espalda a su propio hijo, era casi demasiado para soportar.

Volvió a levantar el teléfono, sus dedos flotando sobre el teclado. Necesitaba hablar con alguien, obtener algún consejo. Marcó el número de su mejor amiga, Alejandra, y esperó a que contestara.

«Hola, Victoria,» dijo Alejandra, su voz cálida y reconfortante. «¿Qué pasa?»

Victoria respiró hondo, tratando de estabilizar su voz. «Es Mateo. Ya no sé qué hacer. Se ha vuelto tan egoísta e ingrato, y siento que lo estoy perdiendo.»

Alejandra escuchó pacientemente mientras Victoria desahogaba su corazón, compartiendo los detalles de su última discusión y la tensión financiera que estaban sufriendo. Cuando terminó, hubo un largo silencio al otro lado de la línea.

«Victoria, sé que esto es difícil,» dijo finalmente Alejandra. «Pero a veces, el amor duro es la única manera. No puedes seguir permitiéndolo. Necesita aprender a valerse por sí mismo.»

Victoria sabía que Alejandra tenía razón, pero eso no hacía la decisión más fácil. Sentía que estaba en una encrucijada, sin un camino claro por delante. Amaba a Mateo más que a nada, pero no podía seguir sacrificándolo todo por él.

Mientras colgaba el teléfono, Victoria hizo una promesa silenciosa para sí misma. Encontraría una manera de ayudar a Mateo, pero no sería cediendo a sus demandas. Lo apoyaría, pero en sus términos. Era hora de que Mateo aprendiera que el amor no se trataba de dinero o cosas materiales. Se trataba de respeto, responsabilidad y comprensión.

Pero en el fondo, Victoria temía que ya fuera demasiado tarde. Que el hijo que una vez conoció se había ido para siempre, reemplazado por alguien a quien apenas podía reconocer. Y esa era una angustia de la que no sabía si alguna vez podría recuperarse.