«Deberías Haber Pensado en Esto Antes de Tener Hijos»: Dijo Mi Suegra. Acabo de Echarla
Lucía se sentó al borde de su cama, con las manos temblorosas mientras repasaba la conversación con su suegra, Victoria, en su mente. Las palabras dolían como una herida fresca, y no podía sacudirse la sensación de insuficiencia que se había instalado en su pecho.
Había sido un año difícil para Lucía. Después de que su marido, Juan, la dejara a ella y a sus dos hijos pequeños, Marta y Eugenio, había estado luchando para llegar a fin de mes. Las facturas se acumulaban y el estrés de la maternidad soltera pesaba mucho sobre sus hombros. Había esperado algún apoyo de sus suegros, pero en su lugar, recibió duras críticas.
Ese mismo día, Victoria había venido a visitar a los niños. Lucía había dudado en dejarla entrar, sabiendo lo crítica que podía ser, pero no quería privar a Marta y Eugenio de la presencia de su abuela. Tan pronto como Victoria entró en el pequeño apartamento, sus ojos recorrieron el desordenado salón con una mirada de desdén.
«Lucía, este lugar es un desastre,» dijo Victoria, con la voz cargada de desaprobación. «¿Cómo esperas criar a los niños en semejante caos?»
Lucía se mordió la lengua, tratando de mantener la compostura. «Estoy haciendo lo mejor que puedo, Victoria. Ha sido difícil desde que Juan se fue.»
Victoria se burló. «Deberías haber pensado en esto antes de tener hijos. No se trata solo de dar a luz; se trata de proveer para ellos, asegurarte de que tengan un hogar estable.»
Las palabras golpearon a Lucía como un puñetazo en el estómago. Siempre había sabido que Victoria desaprobaba de ella, pero esto era un nuevo nivel. Sintió que las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos, pero luchó por contenerlas.
«Amo a mis hijos, y estoy haciendo todo lo posible para cuidarlos,» dijo Lucía, con la voz temblorosa.
«El amor no es suficiente, Lucía,» respondió Victoria fríamente. «Necesitan más que eso. Necesitan estabilidad, seguridad y una madre que pueda proveer para ellos.»
Lucía no pudo soportarlo más. La constante crítica, la sensación de nunca ser lo suficientemente buena—era demasiado. Se levantó, con las manos apretadas en puños.
«Vete,» dijo, con la voz apenas por encima de un susurro.
Victoria parecía sorprendida. «¿Perdona?»
«He dicho, vete,» repitió Lucía, más fuerte esta vez. «No necesito tu juicio. No necesito tu crítica. Necesito apoyo, y si no puedes darme eso, entonces no tienes lugar aquí.»
El rostro de Victoria se puso rojo de ira. «¿Cómo te atreves a hablarme así? ¡Soy tu suegra!»
«Ya no,» dijo Lucía, con voz firme. «Juan se fue, y tú también. Ahora, por favor, vete.»
Victoria salió del apartamento dando un portazo. Lucía se dejó caer de nuevo en la cama, el peso de la confrontación asentándose sobre ella como una pesada manta. Sabía que había hecho lo correcto, pero eso no hacía que el dolor fuera menos real.
Los días que siguieron fueron un torbellino de agotamiento y preocupación. Lucía continuó trabajando largas horas en su trabajo, tratando de ganar suficiente dinero para mantener las luces encendidas y comida en la mesa. Apenas tenía tiempo para dormir, y mucho menos para pensar en el futuro.
Una noche, mientras estaba acostando a Marta y Eugenio, Marta la miró con ojos grandes e inocentes.
«Mamá, ¿por qué se fue la abuela?» preguntó.
Lucía respiró hondo, tratando de encontrar las palabras adecuadas. «A veces, las personas dicen cosas que nos lastiman, y tenemos que defendernos. La abuela dijo algo que no fue muy agradable, y tuve que pedirle que se fuera.»
Marta asintió, pareciendo aceptar la explicación. «Te quiero, mamá.»
«Yo también te quiero, cariño,» dijo Lucía, besando la frente de su hija.
Mientras cerraba la puerta de la habitación de los niños, Lucía sintió una punzada de soledad. Siempre había imaginado criar a sus hijos en un ambiente amoroso y de apoyo, pero la realidad había resultado ser mucho más dura. Sabía que tenía que seguir adelante, por el bien de Marta y Eugenio, pero el camino por delante parecía increíblemente largo y difícil.
Lucía se acostó en su cama, mirando al techo. No podía sacudirse la sensación de fracaso que las palabras de Victoria habían plantado en su mente. Siempre se había enorgullecido de ser fuerte, pero ahora sentía que apenas se mantenía en pie.
A la mañana siguiente, Lucía se despertó con el sonido de su despertador. Se levantó de la cama, lista para enfrentar otro día de trabajo y preocupaciones. Al mirarse en el espejo, vio a una mujer cansada y desgastada mirándola de vuelta. Sabía que tenía que seguir adelante, pero no podía evitar preguntarse si alguna vez volvería a sentirse verdaderamente feliz.