Desayuno Familiar con Tensión en el Aire
La comida transcurrió bajo la sombra del descontento de Eva y mi creciente sensación de derrota. Esperaba crear un ambiente cálido y acogedor, pero estaba claro que eso no iba a suceder. Adán y Elena comían en silencio, jugueteando con su comida e intercambiando miradas inseguras.
Me deslicé silenciosamente de la cama, tratando de no despertar a Nicolás. La casa estaba tranquila, excepto por el esporádico crujido de los viejos suelos de madera bajo mis pies. Caminando hacia la cocina, no podía deshacerme de un sentimiento de nostalgia mezclado con ansiedad. Eva tenía una manera de hacer que incluso los encuentros más ordinarios se sintieran como una inspección.
Tan pronto como comencé a preparar el café y a freír las tortitas, Nicolás se arrastró a la cocina, frotándose los ojos y bostezando. «Buenos días», murmuró, apenas audible.
«Buenos días», respondí, forzando una sonrisa. «Tu madre llegará pronto.»
Él solo asintió con la cabeza, sirviéndose café y sentándose en la mesa. La tensión era palpable, y aún no habíamos empezado a comer.
Eva llegó puntualmente a las 8:00, su presencia llenando la habitación de expectación. «Buenos días a todos», saludó, aunque su tono sugería todo menos un buen día.
Nuestros hijos, Adán y Elena, saludaron a su abuela con una mezcla de excitación y ansiedad. Sabían, al igual que yo, que el desayuno de hoy no sería el tranquilo encuentro familiar que todos esperábamos.
Cuando nos sentamos a comer, la atmósfera era sofocante. Eva comenzó de inmediato a criticar todo, desde el grado de cocción de las tortitas hasta la fuerza del café. Nicolás, aún medio dormido, aportaba poco a la conversación, dejándome a mí navegar por las turbulentas aguas de nuestra dinámica familiar.
Cuando el desayuno llegó a su fin sin ceremonias, Eva anunció que tenía otros planes para el día y se fue rápidamente. Nicolás, ahora completamente despierto, parecía ajeno a la tensión que acababa de impregnar su hogar familiar. Adán y Elena se retiraron a sus habitaciones, dejándome sola para limpiar todo.
De pie allí, lavando los platos y reflexionando sobre los eventos de la mañana, no podía deshacerme de la sensación de pérdida. Los domingos, que alguna vez fueron días de descanso y familia, se habían convertido en campos de batalla. Y mirando por la ventana al sol finalmente rompiendo a través de las nubes, me di cuenta de que a veces incluso los días más brillantes pueden ser oscurecidos por las tormentas en nuestros propios hogares.