«Pasé todo el día cocinando, pero en lugar de elogios, mi marido me criticó delante de nuestra familia»: Mi marido es un chef profesional

Era una fría mañana de domingo en noviembre cuando decidí sorprender a mi familia con una cena especial. Mi marido, Vicente, había estado trabajando incansablemente en su restaurante, y quería darle una noche libre para relajarse con nuestra familia. Cocinar no es mi fuerte, pero he estado aprendiendo y estaba ansiosa por mostrarle a Vicente mi progreso.

Planifiqué el menú cuidadosamente: pollo asado con una mezcla de ajo y hierbas, puré de patatas cremoso y judías verdes al vapor. Simple, pero reconfortante. Comencé temprano, queriendo que todo fuera perfecto. Vicente estaba en el restaurante para un servicio de brunch y no llegaría a casa hasta media tarde.

A medida que pasaban las horas, la cocina se llenaba con los aromas del pollo asado y las hierbas. Seguí todos los consejos que Vicente me había dado durante los meses: bañé el pollo cada veinte minutos, cocí las patatas a fuego lento antes de machacarlas hasta alcanzar la perfección cremosa, y usé solo un toque de mantequilla para terminar las judías verdes.

Cuando Vicente entró por la puerta, la mesa estaba puesta y la cena casi lista. Nuestros hijos, Bruno e Isabel, jugaban tranquilamente, anticipando la aprobación de su padre sobre la comida. Estaba nerviosa pero esperanzada.

Vicente saludó a todos con calidez, pero se detuvo al entrar en la cocina. Sus ojos escanearon los platos dispuestos en la encimera. No pude leer su expresión y sentí un vuelco de ansiedad.

«La cena parece maravillosa, Eva», dijo, pero su tono era plano. Mi corazón se hundió un poco, pero sonreí y guié a todos a la mesa.

A medida que comenzamos a comer, la habitación estaba inusualmente silenciosa. Vicente probó cada plato pensativamente, con el ceño fruncido. Finalmente, dejó su tenedor y me miró. «El pollo está demasiado cocido», dijo, su voz lo suficientemente alta como para que todos la oyeran. «Y las patatas podrían haber usado un poco más de sazón. Es importante probar mientras cocinas.»

Sentí que mis mejillas ardían de vergüenza. Nuestros hijos nos miraban alternativamente, percibiendo la tensión. «Lo siento», murmuré, sin apetito. «Pensé que había salido bien.»

Vicente suspiró. «Cocinar es sobre precisión, Eva. No es solo un pasatiempo para mí; es mi carrera. Solo desearía que lo tomaras un poco más en serio.»

El resto de la comida transcurrió en silencio. Recogí los platos, sintiendo el picor de las lágrimas en mis ojos. Había pasado todo el día intentando hacer algo especial, solo para ser criticada delante de nuestros hijos.

Esa noche, mientras Vicente y yo estábamos en la cama, el espacio entre nosotros se sentía más amplio que nunca. Me di cuenta de que, por mucho que lo intentara, quizás nunca alcanzaría sus estándares. Y lo peor, su crítica directa no solo había arruinado nuestra cena, sino que también había creado una brecha entre nosotros que parecía demasiado profunda para reparar.