«Las Tareas Matutinas de la Abuela Rosa»
Las Tareas Matutinas de la Abuela Rosa
El pasado miércoles, la abuela Rosa se despertó antes de que el sol siquiera pensara en salir. La vieja casa de campo aún estaba envuelta en oscuridad, pero ella se movía con la facilidad de alguien que había hecho esto mil veces antes. Se puso sus botas desgastadas, se echó su grueso chal de lana y se dirigió a la cocina. La casa estaba en silencio, excepto por el crujido de las tablas de madera bajo sus pies.
Llenó un pequeño cubo con pienso para gallinas y salió al aire fresco de la mañana. El cielo era de un profundo tono azul, insinuando el amanecer que estaba a la vuelta de la esquina. La abuela Rosa caminó por el camino familiar hacia el granero, su aliento visible en el aire frío. El granero se erguía como un centinela silencioso, con su pintura roja descascarada y su techo ligeramente hundido.
Al acercarse, pudo escuchar el suave cacareo de las gallinas dentro. Abrió la puerta del granero y fue recibida por un coro de cacareos y graznidos. Las gallinas sabían que era hora de comer. La abuela Rosa esparció el pienso en el suelo, observando cómo las gallinas picoteaban ansiosamente. Se movió de un gallinero a otro, recogiendo huevos y colocándolos con cuidado en su cesta.
Justo cuando estaba a punto de irse, escuchó una voz llamándola desde el otro lado de la cerca. Era la señora García, su vecina. La señora García era una mujer mayor con un rostro amable y un jardín que era la envidia de todo el vecindario. Estaba ocupada cuidando sus rosas, pero se había detenido al ver a la abuela Rosa.
«¡Rosa! En realidad, hay algo que necesitas saber…» La voz de la señora García se desvaneció y parecía vacilante.
La abuela Rosa se acercó a la cerca, su curiosidad despertada. «¿Qué pasa, Carmen?» preguntó.
La señora García respiró hondo antes de hablar. «Vi a alguien cerca de tu granero anoche. Estaba oscuro, pero pude distinguir una figura. Estaban merodeando y no parecía que tuvieran buenas intenciones.»
Un escalofrío recorrió la espalda de la abuela Rosa. El granero era viejo, pero contenía muchos recuerdos y tesoros del pasado de su familia. Agradeció a la señora García por la advertencia y se apresuró a regresar a la casa, su mente llena de pensamientos sobre quién podría haber sido y qué podrían haber querido.
El resto del día pasó en un abrir y cerrar de ojos. La abuela Rosa no podía quitarse de encima la sensación de inquietud. Seguía mirando por la ventana, esperando ver a alguien merodeando nuevamente. Al caer la noche, se aseguró de que todas las puertas y ventanas estuvieran bien cerradas.
A la mañana siguiente, se despertó aún más temprano de lo habitual. Cogió su linterna y se dirigió al granero, decidida a comprobar si faltaba algo o si algo estaba fuera de lugar. Al acercarse, notó algo extraño. La puerta del granero estaba ligeramente entreabierta.
Su corazón latía con fuerza en su pecho mientras empujaba la puerta para abrirla. Dentro, todo parecía normal a primera vista. Las gallinas cacareaban suavemente y el cubo de pienso estaba donde lo había dejado. Pero entonces lo notó: uno de los viejos baúles de madera en la esquina había sido abierto.
La abuela Rosa se acercó a él, con las manos temblorosas. El baúl contenía viejas fotografías familiares, cartas y otros recuerdos. Lo revisó rápidamente, tratando de ver si faltaba algo. Para su alivio, todo parecía estar allí.
Pero entonces lo encontró: una sola fotografía sobre el baúl que no había estado allí antes. Era una foto de su difunto esposo, tomada muchos años atrás. En el reverso de la fotografía, alguien había garabateado un mensaje con tinta roja: «Esto no ha terminado.»
El corazón de la abuela Rosa se hundió al darse cuenta de que quien había estado merodeando por su granero no solo buscaba posesiones materiales. Buscaban algo mucho más personal.
Sabía que tenía que averiguar quién era y por qué estaban apuntando a su familia. Pero por ahora, todo lo que podía hacer era esperar y esperar que no volvieran.