«Herencia Inesperada: Suegra y Cuñada Planifican Tras la Venta»
Marta nunca había sido madrugadora, pero hoy sentía el peso del día más que de costumbre. El despertador sonaba implacablemente a las 6:30 AM, un cruel recordatorio de que el mundo no se detenía, incluso si su vida había cambiado drásticamente hace solo una semana. Con un suspiro pesado, balanceó las piernas fuera de la cama y se preparó para el día.
La noticia del repentino fallecimiento de su tía Clara había sido un shock para todos, especialmente porque Marta había sido nombrada la única beneficiaria del apartamento en el centro de la ciudad que pertenecía a Clara. Era un hermoso espacio de dos habitaciones, aunque envejecido, con vistas a la bulliciosa ciudad. Clara siempre había sido algo misteriosa en la familia, un espíritu libre que viajaba más de lo que permanecía en un lugar, y su última voluntad no fue menos sorprendente.
El esposo de Marta, Jorge, había sido un apoyo, ayudándola con los arreglos del funeral y las legalidades de la herencia. Sin embargo, su madre, Lola, y su hermana, Elena (diminutivo de Helena), tenían otros planes. Desde el momento en que se leyó el testamento, habían bombardeado a Marta con sugerencias sobre vender el apartamento. “Piensa en el dinero, Marta. Tú y Jorge realmente podrían usarlo, ¿no es así?” Lola había dicho, sus ojos brillando con codicia no expresada.
Al principio, Marta consideró su consejo. Ella y Jorge habían estado luchando con algunas deudas y el dinero de la venta podría proporcionar un nuevo comienzo. Pero a medida que visitaba el apartamento, recorriendo cada habitación llena de recuerdos y restos de los viajes de Clara, venderlo se sentía cada vez más incorrecto. Este era el legado de su tía, no un boleto de lotería.
A pesar de su creciente resolución de mantener el apartamento, Lola y Elena comenzaron a hacer planes como si la decisión ya se hubiera tomado. Hablaban de agentes inmobiliarios, precios de mercado e incluso comenzaron a listar posibles compradores. “Nos reunimos con Roberto ayer, está interesado en el apartamento. Ofrece un buen precio, ya sabes,” Elena soltó casualmente durante la cena, sin siquiera molestar en pedir la opinión de Marta.
Marta se sintió acorralada y traicionada. La presión aumentó cuando Jorge comenzó a ponerse del lado de su madre y su hermana, argumentando que la venta era lo mejor. “Necesitamos pensar prácticamente,” insistió, ignorando el apego emocional de Marta al lugar.
Sintiéndose aislada y abrumada, Marta decidió enfrentarlos. Una tarde, reunió a todos en la sala de estar. “He decidido no vender el apartamento,” anunció, su voz más firme de lo que se sentía. La habitación quedó en silencio. La cara de Lola se contorsionó en una máscara de ira, y los labios de Elena se adelgazaron.
“Estás siendo egoísta, Marta. Solo piensas en ti misma, no en lo que es mejor para todos nosotros,” Lola espetó, su tono helado.
Jorge se sentó en silencio, evitando la mirada de Marta. La traición dolía más que las palabras duras. “Pensé que tú, más que nadie, lo entenderías,” Marta susurró, más para sí misma que para él.
La discusión esa noche fue larga y amarga. Al final, Marta mantuvo su posición, pero el costo fue alto. La brecha que causó en la familia era palpable. Las visitas de Jorge al apartamento se volvieron menos frecuentes, y las conversaciones con Lola y Elena se tornaron superficiales y tensas.
Marta mantuvo el apartamento, convirtiéndolo en un pequeño santuario que le recordaba a Clara. Sin embargo, las reuniones familiares que una vez llenaron su hogar de risas y charlas ya no existían. El apartamento permanecía como un monumento no solo al legado de Clara, sino también al precio de mantenerse firme frente a la presión familiar.