«Mamá, lo siento por haber nacido. Pero no es mi culpa. Pronto me iré y no me volverás a ver»: Emily se rompió en lágrimas

El primer día de colegio de Emily se suponía que iba a ser una ocasión alegre. Su mamá, Lisa, le había comprado un hermoso ramo de flores y pasó la mañana trenzándole el cabello con cuidado. Mientras caminaban hacia la escuela, Emily sostenía la mano de su mamá con fuerza, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo. Quería hacer sentir orgullosa a su mamá.

Pero incluso en ese día tan especial, Emily no podía quitarse la sensación de que algo estaba mal. Las sonrisas de Lisa parecían forzadas y sus ojos llevaban un peso que Emily no podía entender. A medida que los días se convertían en semanas, Emily notó que el temperamento de su mamá se encendía con más frecuencia. Pequeños errores, como derramar leche o olvidar guardar sus juguetes, resultaban en gritos de Lisa.

Emily hacía todo lo posible por ser una buena hija. Hacía sus deberes con diligencia, ayudaba con las tareas del hogar y siempre trataba de no meterse en problemas. Pero no importaba lo que hiciera, nunca parecía ser suficiente. La ira de Lisa era una presencia constante en su hogar, proyectando una sombra sobre cada momento.

Una noche, después de una reprimenda particularmente dura por romper accidentalmente un plato, Emily no pudo contener más sus lágrimas. Corrió a su habitación y enterró su cara en la almohada, sollozando incontrolablemente. No entendía por qué su mamá siempre estaba tan enojada con ella. Amaba a su mamá y no quería nada más que hacerla feliz.

A la mañana siguiente, Emily se despertó con los ojos hinchados y el corazón pesado. Decidió escribirle una carta a su mamá, esperando que tal vez, solo tal vez, eso la ayudaría a entender cómo se sentía.

«Querida Mamá,

Lo siento por haber nacido. Sé que no me quieres y lo siento por lo que sea que hice para hacerte enojar todo el tiempo. Hago todo lo posible por ser buena, pero nunca parece ser suficiente. Ojalá pudiera hacerte feliz.

Pronto me iré y ya no tendrás que verme más. Tal vez entonces serás más feliz.

Con amor,

Emily»

Emily dejó la carta en la mesa de la cocina antes de irse a la escuela. Esperaba que cuando Lisa la leyera, entendería cuánto dolor le estaba causando a su hija.

Cuando Lisa encontró la carta más tarde ese día, sintió una punzada de culpa pero rápidamente la apartó. Tenía sus propias luchas y frustraciones, y no tenía la energía para lidiar con las emociones de Emily. Arrugó la carta y la tiró a la basura.

Los días se convirtieron en semanas y la tristeza de Emily se profundizó. Se sentía invisible en su propio hogar, como un fantasma que rondaba los pasillos. Sus calificaciones comenzaron a bajar y se alejó de sus amigos en la escuela. El peso de la ira de su mamá era demasiado para sus pequeños hombros.

Una fría noche de invierno, después de otra discusión con Lisa, Emily tomó una decisión. Empacó una pequeña bolsa con algo de ropa y algunas pertenencias preciadas y salió de la casa mientras su mamá estaba distraída viendo la televisión.

Emily vagó por las calles sin rumbo fijo, sin saber a dónde ir o qué hacer. Se sentía perdida y sola, pero no podía soportar la idea de volver a casa. Encontró un banco en un parque y se sentó, temblando en el aire frío de la noche.

A medida que pasaban las horas, los pensamientos de Emily se volvían más oscuros. Se preguntaba si alguien notaría siquiera si desapareciera para siempre. El mundo le parecía un lugar cruel y no sabía cuánto más podría soportarlo.

Al final, la historia de Emily no tuvo un final feliz. Se convirtió en otra alma perdida en un mundo que había fallado en protegerla. Su ausencia pasó desapercibida para muchos, pero para aquellos que la conocieron, el recuerdo de la niña con el cabello trenzado y los ojos tristes perduraría como un recordatorio inquietante del dolor que puede esconderse detrás de puertas cerradas.